Morir con las letras de mi prosa será el mejor testigo de mi existencia en este mundo

viernes, 14 de junio de 2013

¿Qué tiene el piso de arriba?

No sé cómo expresar los sentimientos que resuenan en este joven aunque experientado acordeón, que ha brillado con sus timbres más sublimes y decaído con aquellos graves que imploraban un diminuendo suicida.

Todo se lo debo a ellas, mi segunda familia, mi segundo corazón, mi seguridad, mis risas, mi felicidad, mi corazón, mi ser, los que se formaron, convivieron y crecieron palpitando latidos de mariposas al vuelo. Aquellos que me han hecho resonar con tal brutalidad armoniosa que los cantares escritos en épocas arcaicas se quedan vacíos, sin sentido, desconcertados y sin memoria.

El agua fluye con su voz, su compañía la repone en un tarro ancho, grande y sin fondo, aquel donde cabe nuestra amistad, conocida como la clásica, la eterna.

Pero los mejores momentos, donde las retinas se paraban con potentes flashes, eran los nocturnos, donde los movimientos atrevidos eran puestos en acción desatadamente y sin límite. Era tanta la felicidad en aquellos bares y lugares, que sus nombres eran borrados de nuestra mentes, ya que cuando tocábamos el puño de sus puertas, la magia aparecía, la felicidad volaba por el aire y ya podían haber 30, 100 o 1000 personas y el grupo o la música lo más horrible del planeta, porque ellos bailaban una música diferente, con una entonación que rara vez se ve, aquella en la que el corazón es su juez.

Hemos sido compañeros de viaje, un viaje llamado vida, aquel donde nos hemos querido con locura tanto en las idas y ls vueltas. No dejemos que toda esta sinfonía se pierda y hagamos que este viaje se retrase toda la vida.

Gracias por todo, os debo, mi vida.




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